En la sociedad actual somos muchos los padres que, inmersos en los problemas del día a día, nos hemos olvidado de la importancia que tiene para nuestros hijos dedicarle por lo menos 10 min de calidad, en lugar de saturarlos con actividades como karate, natación, ballet, llevarlos al cine o a comer lo que más se les antoje, les aseguro que será más valioso y nuestros hijos lo valorarán más si dedicamos algunos minutos para un juego de mesa, lotería, palillos chinos, jugar “basta”, en lugar de llegar cada noche con alguna golosina o regalo para callar nuestras conciencias.
Los niños no son tontos, ni interesados, ni se comportan groseros o desobedientes por que así nacieron, hemos sido nosotros quienes los hemos mal educado y en el afán de darles una mejor calidad de vida hemos invertido más tiempo al trabajo que a la educación y más tiempo a las actividades extracurriculares que a una buena conversación, que nos permitirá conocer cuáles son sus deseos, sus preocupaciones, sus miedos y sus proyectos.
Los maestros en las escuelas suelen remitir con frecuencia a niños problemáticos, “pegalones”, deprimidos, tristes, aislados y/o con dificultades para el aprendizaje, dejando entre ver que el único responsable de tan atroces conductas es el pequeño sin darse cuenta que en la gran parte de estos casos somos los padres quienes no hemos sido las guías adecuadas para las necesidades actuales de nuestros hijos.
Uno de los elementos básicos para lograr una buena relación con nuestros hijos y reducir las malas conductas es el correcto establecimiento de reglas y límites claros de convivencia, es importante determinar que deberán existir “reglas de convivencia generales”, es decir, normas que imperen en el hogar pero que todos los miembros de la familia las cumplan por igual, por ejemplo, dejar ordenada su habitación, apagar la luz al salir del cuart, recoger el plato donde comió, hablar con respeto, escuchar a los demás, entre otras, y por otra parte considerar las obligaciones y limites para cada miembro del hogar de acuerdo a su edad y actividades, es decir, si en el hogar tenemos un pequeño de 10 años y un adolescente de 18 años, la hora para dormir, por ejemplo, no será la misma, la cantidad de permisos para ir con los amigos no se dará bajo las mismas condiciones, ni las responsabilidades pueden ser las mismas, otro ejemplo, al joven de 18 años se le puede asignar que lave el auto familiar una vez a la semana, o que se encargue de realizar algunos pagos menores, y al pequeño de 10 años puede tener como consigna sacar la basura o levantar los trastes de le masa al terminar de comer.
Una vez establecidos estas reglas hay que pasar a los límites y consecuencias en caso de no cumplirlas, y en este sentido lo más importante y fundamental es ser constantes en las recompensas y castigos, no podemos dejar de castigar o premiar por ninguna circunstancia, no importa si hay visitas, es día festivo u hoy estamos más “de buenas” que nunca, además para establecer los castigos y/o consecuencias deberás considerar que deben ser:
Reales: No le digas que jamás le volverás a dar un permiso, sabes que tarde o temprano se lo darás.
Claros, por ejemplo: “Tienes permiso de ver la tele solo un rato”, ¿Cuánto es un rato?
Inmediatos: Si llegó tarde hoy, no le niegues un permiso la próxima semana.
Cuando los castigos no cumplen estas características, lo único que provocamos en nuestros hijos son sentimientos de confusión, rencor y coraje, además fortalecemos sus habilidades para evadir y romper las reglas del hogar.