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La necesidad de ser necesitadas

NORVIN NORWOOD

CAPÍTULO 4.

LA NECESIDAD DE SER NECESITADAS

Es una mujer de buen corazón

enamorada de un oportunista

lo ama a pesar de sus modales perversos

que ella no entiende

Mujer de buen corazón

“No sé cómo lo hace todo. Yo me volvería loca si tuviera que

soportar todo lo que soporta ella”.

“¡Y nunca la oí quejarse!”

“¿Por qué lo tolera?”

“De todos modos, ¿qué ve en él? Podría llevar una vida mucho

mejor”

La gente tiende a decir esta clase de cosas sobre una mujer que

ama demasiado, al observar lo que parecen ser sus nobles esfuerzos por

mejorar una relación aparentemente insatisfactoria. Pero las pistas que

permiten explicar el misterio de su devoto apego, por lo general se

pueden encontrar en las experiencias que tuvo cuando era niña. La

mayoría de nosotras creemos y continuamos en los papeles que

adoptamos en nuestra familia de origen. Para muchas mujeres que

aman demasiado, esos papeles a menudo implicaban negar nuestras

propias necesidades e intentar satisfacer las de otros miembros de la

familia. Tal vez las circunstancias nos obligaron a crecer demasiado

rápido, a asumir prematuramente responsabilidades de adultas porque

nuestra madre o nuestro padre estaban demasiado enfermos física o

emocionalmente para cumplir con sus funciones propias. O quizás

alguno de nuestros padres estuvo ausente debido a su muerte o a un

divorcio y nosotras tratamos de tomar su lugar, ayudando a cuidar tanto

a nuestros hermanos como al progenitor que nos quedaba. Tal vez nos

convertimos en la madre de la familia mientras nuestra madre trabajaba

para mantenernos. O quizá vivimos con ambos padres, pero debido a

que uno de ellos estaba furioso o frustrado o infeliz y el otro no

reaccionaba a eso con apoyo, nos encontramos en el papel de

confidentes, oyendo detalles de su relación que eran demasiada carga

para que pudiéramos manejarla emocionalmente. Escuchábamos

porque teníamos miedo de las consecuencias que podrían aquejar al

progenitor que sufría si no lo hacíamos, y miedo de la pérdida de amor si

no cumplíamos el papel que nos había tocado en suerte. Por eso no nos

protegíamos, y nuestros padres tampoco nos protegían, porque

necesitaban vernos más fuertes de lo que éramos en realidad. Si bien

éramos demasiado inmaduras para esa responsabilidad, terminamos

protegiéndoles a ellos. Al ocurrir esto, aprendimos a edad demasiado

temprana y demasiado bien a cuidar de todos, menos a nosotras

mismas. Nuestra propia necesidad de amor, atención, cariño y

seguridad quedó insatisfecha mientras fingíamos ser más poderosas y

menos temerosas, más adultas y menos necesitadas, de lo que

realmente nos sentíamos. Y habiendo aprendido a negar nuestro propio

anhelo de que nos cuidaran, crecimos buscando más oportunidades de

hacer lo que habíamos aprendido a hacer tan bien: preocuparnos por

las necesidades y exigencias de los demás en lugar de admitir nuestro

miedo, nuestro dolor y nuestras necesidades insatisfechas. Hace tanto

tiempo que fingimos ser adultas, que pedimos tan poco y hacemos

tanto, que ahora nos parece demasiado tarde para esperar nuestro

turno, entonces seguimos ayudando, con la esperanza de que nuestro

miedo desaparecerá y nuestra recompensa será el amor.

La historia de Melanie viene al caso como ejemplo de la manera

en el que el hecho de crecer demasiado rápido con demasiadas

responsabilidades – en este caso, la de reemplazar a un progenitor

ausente – puede crear una compulsión a atender a los demás.

El día en que nos conocimos, al terminar una charla que yo había

dado a un grupo de estudiantes de enfermería, no pude evitar notar

que su rostro era un estudio en contrastes. Las narices pequeñas y

respingadas, con sus pecas, y las mejillas con profundos hoyuelos y muy

blancas le daban un atractivo aire travieso. Esos rasgos vivaces

parecían fuera de lugar en el mismo semblante que reflejaba ojeras tan

oscuras bajo sus claros ojos grises. Desde debajo de su cabello castaño

ondeado, parecía un duende pálido y cansado.

Había esperado a un lado, mientras yo conversaba durante

bastante tiempo con cada uno de los estudiantes que se habían

quedado luego del fin de mi conferencia. Tal como sucedía a menudo

siempre que tocaba el tema de la enfermedad familiar del alcoholismo,

varios estudiantes querían hablar de cuestiones demasiado personales

como para plantearlas en el periodo de preguntas y respuestas

siguiente a mi exposición.

Cuando se marchó el último de sus compañeros, Melanie me

permitió un momento de descanso; luego se presentó y estrechó mi

mano con calidez y firmeza sorprendentes en alguien tan menudo y

delicado como ella.

Había esperado tanto tiempo y con tanta paciencia para hablar

conmigo que, a pesar de su aparente seguridad, sospeché que la

conferencia de esa mañana había tocado en ella un sentimiento

profundo. Para darle una oportunidad de explayarse, la invité a caminar

por el parque universitario. Mientras yo recogía mis cosas y salíamos de

la sala de conferencias, ella conversaba con afabilidad, pero una vez

que salimos al gris mediodía de noviembre se volvió silenciosa y

meditativa.

Caminamos por un sendero desierto, donde el único sonido era

bajo nuestros pies, el crujido de las hojas caídas de los sicomoros.

Melanie se detuvo para tocar con el pie un par de hojas en forma

de estrella, con sus puntas curvadas hacia arriba como estrellas de mar

secas, que dejaban al descubierto su pálido reverso. Después de un

momento, dijo suavemente:

- Mi madre no era alcohólica, pero por lo que usted dijo esta

mañana sobre la forma en que esa enfermedad afecta a una familia,

es como si lo hubiera sido. Era una enferma mental, realmente muy

loca, y eso finalmente la mató. Sufría profundas depresiones, iba

muchas veces al hospital, y a veces permanecía allí mucho tiempo. Las

drogas que utilizaban para “curarla” sólo parecían empeorar su estado.

En lugar de ser una loca despierta, la convertían en una loca ida. Pero a

pesar del efecto de esas drogas, a la larga se las ingenió para que uno

de sus intentos de suicidio diera resultado. Si bien tratábamos de no

dejarla sola nunca, aquel día todos habíamos salido un rato. Se ahorcó

en el garaje. Mi padre la encontró.

Melanie sacudió la cabeza con rapidez, como para dispersar los

oscuros recuerdos que se habían congregado en ella, y prosiguió:

- Esta mañana oí muchas cosas con las que pude identificarme,

pero usted dijo en su conferencia que los hijos de alcohólicos o de otros

hogares disfuncionales con mucha frecuencia eligen como pareja a un

alcohólico o un adicto a otras drogas, y eso se aplica a Sean. A él no le

gusta mucho beber ni drogarse, gracias a Dios. Pero tenemos otros

problemas.

Apartó la vista, levantando el mentón.

- Por lo general puedo encargarme de todo – prosiguió, bajando

el mentón -, pero está comenzando a afectarme.- Luego me miró de

frente, sonrió y se encogió de hombres -. Me estoy quedando sin

comida, sin dinero y sin tiempo, eso es todo.

Dijo esto como si fuera la culminación ingeniosa de un chiste, a la

que hubiera que reaccionar con diversión, sin tomarlo en serio. Tuve que

estimularla para que me diera detalles, lo cual hizo en tono

desapasionado.

- Sean se ha marchado otra vez. Tenemos tres hijos: Susie, de seis

años; Jimmy, de cuatro, y Meter, que tiene dos y medio. Estoy

trabajando parte del tiempo como empleada en un hospital, trato de

conseguir mi título de enfermera y de mantener la casa. En general

Sean cuida a los niños cuando no está en la escuela de arte, o cuando

no se ha marchado.

Dijo esto último sin una pizca de amargura.

- Nos casamos hace siete años. Yo tenía diecisiete y acababa de

terminar la escuela secundaria. Él tenía veinticuatro, hacía algunos

trabajos como actor y estudiaba parte del tiempo. Yo solía ir a su

apartamento los domingos y les cocinaba aquellos verdaderos festines.

Yo era su chica de los domingos por la noche. Los viernes y sábados él

tenía alguna actuación o salía con otra persona. De todos modos,

todos me querían en ese apartamento. Mis comidas eran lo mejor que

les pasaba en toda la semana. Solían bromear con Sean, diciéndole

que debería casarse conmigo y dejar que yo lo atendiera. Creo que a

él le gustó la idea porque eso fue lo que hizo. Me pidió que me casara

con él y, por supuesto, acepté. Yo estaba encantada. Era tan apuesto.

¡Mire! – Abrió su bolso y sacó un pequeño estuche de fotografías. La

primera era de Sean: ojos oscuros, pómulos marcados y un mentón con

un hoyuelo profundo se combinaban en un rostro meditativo y atractivo.

Era una versión de tamaño pequeño de lo que parecía una fotografía

tomada para publicidad de un actor o un modelo. Le pregunté si lo era,

y Melanie confirmó que sí y nombró a un famoso fotógrafo que había

hecho el trabajo.

- Parece un perfecto Heathcliff – observé, y ella asintió con orgullo.

Miramos las otras fotografías, que mostraban a tres niños en

diversas etapas de desarrollo: gateando, empezando a caminar,

soplando velitas de cumpleaños. Con la esperanza de ver una

fotografía menos en pose de Sean, comenté que él no aparecía en

ninguna de las fotografías de los niños.

- No, por lo general él las tomas. Tiene bastantes antecedentes en

fotografía, además de actuación y arte.

- ¿Trabaja en alguno de esos campos? – pregunté.

- Bueno, no. Su madre le envió un poco de dinero, así que volvió a

marcharse a Nueva Cork, para ver qué oportunidades encuentra allí.

La voz de Melanie bajó en forma casi imperceptible.

Dada su evidente lealtad a Sean, yo habría esperado verla más

esperanzada con respecto a ese viaje a Nueva Cork. Al ver que no era

así, le pregunté:

- Melanie, ¿qué sucede?

Con los primeros indicios de queja, respondió:

- El problema no es nuestro matrimonio. Es su madre. Siempre le

envía dinero. Cada vez que él está a punto de establecerse con

nosotros, o que, para variar, está asentándose en un empleo, ella le

envía un cheque y entonces él se marcha. Ella no sabe decirle que no.

Si tan sólo dejara de enviarle dinero estaríamos bien.

- ¿Y si nunca deja de hacerlo?

- Entonces Sean tendrá que cambiar. Haré que vea cuánto nos

está lastimando. – Aparecieron lágrimas en sus pestañas oscuras. Tendrá

que rechazar sus ofrecimientos de dinero.

- Melanie, eso no parece demasiado probable por l oque me

dices.

Levantó la voz y habló con más precisión.

- Ella no va a arruinar esto. Él cambiará.

Melanie encontró una hoja especialmente grande y en sus

siguientes pasos la pateó, observando cómo se desintegraba delante

de ella. Esperé unos momentos y luego pregunté:

- ¿Hay algo más?

Aún pateando la hoja, Melanie respondió:

- Él ha ido a Nueva York muchas veces y cuando está allá ve a

otra persona.

Volvió a hablar en voz baja y desapasionada.

- ¿Otra mujer? – pregunté, y Melanie apartó la vista al asentir -.

¿Cuánto tiempo hace que la ve?

- Oh, hace años en realidad. – En ese punto Melanie se encogió

de hombres -. Comenzó con mi primer embarazo. Yo casi no lo culpaba.

Yo estaba tan enferma y me sentía tan mal, y él estaba tan lejos…

Es asombroso, pero Melanie asumía la culpa por la infidelidad de

Sean, además de la carga de mantener a él y sus hijos mientras él

probaba distintas ocupaciones. Le pregunté si alguna vez había

pensado en divorciarse.

- De hecho, nos separamos una vez. Es tonto decirlo, porque

estamos separados todo el tiempo, en la forma en que él se ausenta.

Pero una vez le dije que quería separarme, más que nada por darle una

lección, y entonces estuvimos realmente separados seis meses. Él seguía

llamándome y yo le enviaba dinero cuando lo necesitaba, si tenía

alguna oportunidad y necesitaba algo para mantenerse hasta

entonces. ¡Incluso conocí a otros hombres! – Melanie parecía

sorprendida de que otros hombres se interesaban por ella-. Los dos eran

buenos con los niños, y cada uno quería ayudarme en la casa, arreglar

lo que no andaba e incluso comprarme pequeñeces que yo

necesitaba. Era agradable que me trataran así. Pero en realidad yo no

sentía nada por ellos. Nunca pude volver a sentir nada como la

atracción que aún sentía por Sean. Por eso, a la larga, volví con él. –

Sonrió -. Entonces tuve que explicarle por qué en casa todo estaba en

tan buen estado.

Habíamos llegado a la mitad del parque y yo quería saber más

acerca de la niñez de Melanie, comprender las experiencias que la

habían preparado para las penurias de su situación actual.

- Cuando te recuerdas como niña, ¿qué ves? – le pregunté, y ella

frunció el entrecejo al recordar.

- ¡Oh, es muy gracioso! Me veo con el delantal de cocina, de pie

sobre un taburete frente a la cocina, revolviendo una cacerola. Yo era

la tercera de cinco hijos y tenía catorce años cuando murió mi madre,

pero empecé a cocinar y a limpiar mucho tiempo antes, porque ella

estaba muy enferma. Después de un tiempo, ella no salía nunca de la

habitación trasera. Mis dos hermanos mayores consiguieron trabajo

después de terminar la escuela para ayudar a mantener la casa, y yo

me convertí en una especie de madre para todos. Mis dos hermanas

eran tres y cinco años menores que yo, así que casi todo el trabajo de la

casa dependía de mí. Pero nos arreglábamos bien. Papá trabajaba y

hacía las compras. Yo cocinaba y limpiaba. Hacíamos todo lo que

podíamos. El dinero siempre escaseaba, pero nos arreglábamos. Papá

trabajaba muchísimo, y a menudo tenía dos empleos. Por eso pasaba

mucho tiempo fuera de casa. Creo que en parte lo hacía porque era

necesario, y en parte para evitar ver a mi madre. Todos la evitábamos

cuando podíamos. Ella era muy difícil.

“Mi padre volvió a casarse cuando yo estaba por terminar la

escuela secundaria. Las cosas enseguida se volvieron más fáciles

porque su nueva esposa también trabajaba y tenía una hija de la

misma edad que mi hermana menor, que por entonces tenía doce

años. Todo comenzó a ir bien. El dinero no era tanto problema. Papá

era mucho más feliz. Por primera vez había suficiente para todos.

- ¿Qué sentiste cuando murió tu madre? – le pregunté.

La mandíbula de Melanie se endureció.

- La persona que murió no había sido mi madre en muchos años.

Era otra persona: alguien que dormía o gritaba y causaba problemas.

La recuerdo cuando aún era mi madre, pero muy vagamente. Tengo

que evocar a alguien que era suave, dulce y que nos cantaba mientras

trabajaba o jugaba con nosotros. ¿Sabe? Era irlandesa y cantaba

canciones muy melancólicas… De todos modos, creo que cuando

murió nos sentimos aliviados. Pero yo también me sentía culpable de

que, quizá, si la hubiese entendido mejor o querido más ella no se habría

enfermado tanto. No pienso en ello si puedo evitarlo.

Nos estábamos acercando a mi destino, y en los instantes que nos

quedaban esperaba ayudar a Melanie a tener por lo menos un vistazo

del origen de sus problemas en el presente.

- ¿Ves alguna similitud entre tu vida cuando niña y ahora? – le

pregunté.

Melanie rió, incómoda.

- Más que nunca, sólo al hablarlo ahora. Veo cómo aún sigo

esperando (que Sean venga a casa, tal como esperaba a mi padre

cuando no estaba) y me doy cuenta de que nunca culpo a Sean por lo

que hace porque sus ausencias están mezcladas en mi mente con las

de mi padre, cuando se marchaba para poder mantenernos a todos.

Veo que no es lo mismo, y sin embargo siento lo mismo al respecto,

como si yo debiera simplemente aprovechar la situación al máximo

posible.

Hizo una pausa y entrecerró los ojos como para ver mejor los

patrones que se desplegaban ante ella.

- Oh, y yo sigo siendo la pequeña y valiente Melanie, la que se

encarga de todo, la que revuelve la cacerola en la cocina, la que

atiende a los niños. – Sus mejillas adquirieron un tono rosado al

reconocerlo -. Entonces es verdad lo que usted dijo en su conferencia

sobre los niños como lo fui yo. ¡Si, buscamos personas con quienes

podamos jugar los mismos papeles que cuando estábamos creciendo!

Al despedirnos, Melanie me abrazó con fuerza y dijo:

- Gracias por escucharme. Creo que sólo necesitaba hablar un

poco sobre todo esto. Y lo entiendo mejor, pero no estoy lista para

darme por vencida… ¡aún no! – Su ánimo había mejorado visiblemente

al decir, otra vez con el mentón elevado -: Además, Sean sólo necesita

crecer. Y lo hará. Tiene que hacerlo, ¿no cree?

Sin esperar una respuesta, dio media vuelta y echo a andar sobre

las hojas caídas.

En verdad, la comprensión de Melanie era ahora más profunda,

pero había muchas otras similitudes entre su niñez y su vida actual que

permanecían fuera de su conciencia.

¿Por qué una joven tan brillante, atractiva, enérgica y capaz

como Melanie necesitaría una relación tan cargada de dolor y penurias

como la que tenía con Sean? Porque para ella y para otras mujeres que

han crecido en hogares profundamente infelices, donde las cargas

emocionales eran demasiado pesadas y las responsabilidades

demasiado grandes, para estas mujeres lo agradable y lo desagradable

se han confundido y mezclado hasta llegar a ser una misma cosa.

Por ejemplo, en el hogar de Melanie, la atención de los padres

era insignificante debido a la dificultad general para manejar la vida

mientras la familia intentaba salir adelante con la desintegración de la

personalidad de la madre. Los esfuerzos heroicos de Melanie para

encargarse de la casa se veían recompensados con lo más cercano al

amor que ella experimentaría: la agradecida dependencia de su padre

con respecto a ella. Los sentimientos de miedo y de sobrecarga que

serían naturales en una criatura en tales circunstancias se veían

eclipsados por su sentido de competencia, que surgía de la necesidad

de su padre de que lo ayudara y de la incapacidad de su madre. ¡Qué

duro para una criatura ser tratada como alguien más fuerte que un

progenitor e indispensable para el otro! Ese papel en su niñez formó la

identidad de Melanie como una salvadora que podía elevarse por

sobre las dificultades y el caos y rescatar a quienes la rodeaban con su

coraje, su fortaleza y su indómita voluntad.

Este complejo de salvación parecía más saludable de lo que es. Si

bien es loable ser fuerte en una crisis, Melanie al igual que otras mujeres

de antecedentes similares, necesitaba las crisis para poder funcionar. Sin

alboroto, tensiones o una situación desesperada de la cual encargarse,

los sentimientos de sobrecarga emocional latentes desde la niñez

saldrían a la superficie y se volverían demasiado amenazadores.

Cuando niña, Melanie fue la ayudante de su padre, al tiempo que

hacía las veces de madre de los demás niños. Pero ella también era una

criatura que necesitaba a sus padres, y dado que su madre estaba

demasiado alterada mentalmente y su padre era demasiado

inaccesible, sus propias necesidades quedaron insatisfechas. Los otros

niños tenían a Melanie para regañarlos, preocuparse por ellos y

cuidarlos. Melanie no tenía a nadie. No sólo le faltaba su madre;

también tuvo que aprender a pensar y a actuar como un adulto. No

había lugar ni tiempo para expresar su propio pánico, y pronto esa

misma falta de oportunidad para tomar su turno emocionalmente,

comenzó a parecerla correcta. Si fingía ser adulta durante el tiempo

suficiente, podría ingeniárselas para olvidar que era una niña asustada.

Pronto Melanie no sólo funcionaba bien en el caos, sino que llegó a

necesitarlo para poder vivir. La carga que llevaba sobre sus hombros la

ayudaba a evitar su propio pánico y su dolor. La abrumaba y le daba

alivio al mismo tiempo.

Más aún, el sentido del valor que ella desarrolló era el resultado

de haber cargado con responsabilidades que sobrepasaban su

capacidad de niña. Ganó aprobación trabajando duro, atendiendo a

los demás, y sacrificando sus propias necesidades. Fue así como el

martirio también llegó a formar parte de su personalidad y se combinó

con su complejo de salvadora para hacer de Melanie un verdadero

imán para alguien que implicara problemas, alguien como Sean.

Debido a las inusuales circunstancias de su niñez, lo que de otra manera

habrían sido sentimientos y reacciones normales se exageraron

peligrosamente en Melanie. Resultará útil hacer un breve repaso de

algunos aspectos importantes del desarrollo infantil a fin de entender

mejor las fuerzas que estaban en juego en la vida de Melanie.

Para los niños que crecen en una familia nuclear, es natural tener

fuertes deseos de deshacerse del progenitor de su mismo sexo para

poder tener al amado progenitor del sexo opuesto sólo para ellos. Los

niñitos varones desean de corazón que papá desaparezca para tener

todo el amor y la atención de mamá. Y las niñitas sueñan con

reemplazar a su madre como la esposa de papá. La mayoría de los

padres ha recibido “propuestas” de sus hijos del sexo opuesto que

expresan este anhelo. Un varón de cuatro años dice a su madre:

“Cuando sea grande me casaré contigo, mami”. O una niña de tres

años dice a su padre: “Papi, tengamos una casa tú y yo solos, sin

mami”. Estos anhelos muy normales reflejan algunos de los sentimientos

más fuertes que experimenta una criatura. Sin embargo, si algo llegara a

ocurrir al rival envidiado y eso ocasionara un daño o la ausencia de ese

progenitor en la familia, el efecto sobre la criatura sería devastador.

Cuando en una familia la madre sufre alteraciones emocionales,

enfermedades físicas graves o crónicas, alcoholismo o drogadicción (si

está ausente física o emocionalmente por cualquier otro motivo),

entonces la hija (por lo general, la hija mayor, si hay dos o más) es

elegida casi invariablemente para suplir el puesto vacante debido a la

enfermedad o la ausencia de la madre. La historia de Melanie

ejemplifica los efectos de tal “ascenso” en una niña. Debido a la

presencia de una enfermedad mental debilitante en su madre, Melanie

heredó el puesto de jefe femenino de la casa. Durante los años en que

su identidad estaba en formación, ella fue, en muchos aspectos, la

compañera de su padre más que su hija. Al discutir y organizar los

problemas de la casa, funcionaban como equipo. En cierto sentido,

Melanie tenía a su padre para ella sola porque tenía con él una relación

que era profundamente diferente de la que tenían con él sus hermanos.

Era casi su par. Además, durante varios años ella fue mucho más fuerte

y estable que su madre enferma. Eso significó que los deseos infantiles

normales de Melanie de tener a su padre para ella sola se cumplieron,

pero a costa de la salud de su madre y, finalmente, de la vida de esta.

¿Qué sucede cuando los deseos infantiles de librarse del

progenitor del mismo sexo y de obtener al progenitor del sexo opuesto

para uno solo se cumplen? Hay tres consecuencias extremadamente

poderosas, que determinan el carácter y obran de forma inconsciente.

La primera es la culpa.

Melanie se sentía culpable al recordar el suicidio de su madre y su

propia incapacidad de evitarlo, la clase de culpa que se experimenta

en forma consciente y que cualquier miembro de la familia siente

naturalmente ante una tragedia así. En Melanie, esa culpa consciente

se vio exacerbada por su super desarrollado sentido de la

responsabilidad por el bienestar de todos los miembros de su familia.

Pero además de esta pesada carga de culpa consciente, ella llevaba

otra carga más pesada aún.

El cumplimiento de sus deseos infantiles de tener a su padre para

ella sola produjo en Melanie una culpa inconsciente además de la

culpa consciente que sentía por no haber podido salvar a su madre

mentalmente enferma del suicidio. Esto, a su vez, generó un impulso de

compensación, una necesidad de sufrir y soportar penurias a modo de

expiación. Esta necesidad, combinada con la familiaridad de Melanie

con el papel de mártir, creó en ella algo cercano al masoquismo. Había

bienestar, si no verdadero placer, en su relación con Sean, con todo su

dolor, soledad y abrumadora responsabilidad inherentes.

La segunda consecuencia son los sentimientos inconscientes de

incomodidad ante las implicaciones sexuales del hecho de tener al

progenitor deseado para uno mismo. Comúnmente, la presencia de la

madre (o, en estos días de divorcios frecuentes, la de otra compañera o

pareja sexual para el padre, como una madrastra o novia) proporciona

seguridad tanto al padre como a la hija. La hija está en libertad de

desarrollar un sentido de sí misma como alguien atractivo y amado a los

ojos de su padre, y al mismo tiempo sentirse protegida de un

cumplimiento abierto de los impulsos sexuales que inevitablemente se

generan entre ellos, por la fuerza del vínculo de su padre con una mujer

adulta adecuada.

Entre Melanie y su padre no se desarrolló una relación incestuosa,

pero dadas las circunstancias bien podría haber sucedido. La dinámica

que operaba en su familia está presente con mucha frecuencia

cuando se desarrollan relaciones incestuosas entre padres e hijas.

Cuando una madre, por el motivo que fuere, abdica de su papel

apropiado como pareja de su esposo y madre de sus hijos, y provoca el

ascenso de una hija a ese puesto, está obligando a su hija no sólo a

asumir sus responsabilidades sino también la expone al riesgo de

convertirse en objeto de los impulsos sexuales de su padre (Si bien aquí

se podría interpretar que toda la responsabilidad es de la madre, en

realidad el hecho de que haya incesto es completa responsabilidad del

padre. Esto se debe a que, como adulto, es su deber proteger a su hija

en lugar de usarla para su propia gratificación sexual).

Por otro lado, aun cuando el padre nunca encare a su hija

sexualmente, la falta de un vínculo fuerte entre los padres y la asunción

por parte de la hija del papel materno en la familia sirven para

acrecentar los sentimientos de atracción sexual entre padre e hija.

Debido a su relación estrecha, es probable que la hija tenga una

conciencia incómoda de que el interés especial de su padre por ella

tiene ciertos matices sexuales. O bien la inusual accesibilidad emocional

del padre puede hacer que la hija concentre en él sus nacientes

sensaciones sexuales más de lo que haría en circunstancias normales. En

un esfuerzo por evitar la violación, aun en pensamiento, del poderoso

tabú del incesto, tal vez ella se insensibilice a la mayoría o incluso a

todos sus sentimientos sexuales. La decisión de hacerlo, nuevamente, es

inconscientemente, una defensa contra el más amenazador de los

impulsos: la atracción sexual hacia un progenitor. Como es

inconsciente, esta decisión no se examina ni revierte con facilidad.

El resultado es una joven que puede sentirse incómoda con

cualquier sentimiento sexual, debido a las inconscientes violaciones del

tabú que se asocian con ellos. Cuando esto sucede, la atención

maternal puede ser la única forma inocua de expresar amor.

La forma principal en que Melanie se relacionaba con Sean

consistía en sentirse responsable por él. Hacía mucho tiempo que eso se

había convertido en su manera de sentir y expresar amor.

Cuando Melanie tenía diecisiete años, su padre la “reemplazó”

por su nueva esposa, un matrimonio que ella, aparentemente, recibió

con alivio. El hecho de que sintiera tan poca amargura por la pérdida

de su papel en el hogar quizá se haya debido, en gran parte, a la

aparición de Sean y sus compañeros de cuarto, para quienes Melanie

realizaba muchas de las mismas funciones que había llevado a cabo

antes en su casa. Si esa situación no hubiera llegado a convertirse en un

matrimonio con Sean, Melanie podría haberse enfrentado a una

profunda crisis de identidad. Pero no fue así: Melanie quedó

embarazada de inmediato y así volvió a recrear su papel de

encargada, mientras Sean cooperaba comenzando, al igual que el

padre de Melanie, a ausentarse gran parte del tiempo.

Ella le enviaba dinero aun mientras estaban separados,

compitiendo con la madre de Sean para ser la mujer que lo cuidaba

mejor (Era una competencia que ya había ganado a su propia madre,

en relación con su padre).

Durante su separación de Sean, cuando aparecieron en su vida

otros hombres que no necesitaban sus cuidados maternales y que, de

hecho, trataron de invertir los papeles ofreciéndole la ayuda que tanto

necesitaba, no pudo relacionarse con ellos emocionalmente. Sólo se

sentía cómoda proporcionando atención.

La dinámica sexual de la relación de Melanie con Sean nunca

había proporcionado el poderoso vínculo entre ellos que si creaba la

necesidad de Sean por la atención de Melanie. De hecho, la infidelidad

de Sean simplemente proporcionó a Melanie otro reflejo de su

experiencia infantil. Debido al avance de su enfermedad mental, la

madre de Melanie se convirtió en una cada vez más vaga, apenas

visible, “otra mujer”, que estaba en la habitación trasera de la casa,

emocional y físicamente apartada de la vida y los pensamientos de

Melanie. Melanie manejaba la relación con su madre manteniendo la

distancia y evitando pensar en ella. Más tarde, cuando Sean se interesó

por otra mujer, esta también era alguien vago y distante, a quien

Melanie no percibía como una verdadera amenaza a lo que era, al

igual que su anterior relación con su padre, una sociedad algo asexual

pero práctica. No olvidemos que el comportamiento de Sean no

carecía de precedentes. Antes de que se casaran, su patrón

establecido de conducta había consistido en buscar la compañía de

otras mujeres al tiempo que permitía que Melanie se ocupara de sus

necesidades prácticas menos románticas. Melanie lo sabía y, aún así, se

casó con él.

Después del matrimonio, ella inició una campaña para cambiarlo

mediante la fuerza de voluntad y su amor. Esto nos lleva a la tercera

consecuencia del cumplimiento de los deseos y fantasías infantiles de

Melanie: su creencia en su propia omnipotencia.

Los niños normalmente creen que ellos, sus pensamientos y sus

deseos tienen un poder mágico y que son la causa de todos los

acontecimientos significativos de su vida. Comúnmente, sin embargo,

aun cuando una niñita desee con ardor ser la pareja de su padre para

siempre, la realidad le enseña que eso no es posible. Le guste o no, a la

larga debe aceptar el hecho de que la pareja de su padre es su madre.

Es una gran lección en su joven vida: aprender que ella no siempre

puede lograr, mediante el poder de su voluntad, lo que más desea. En

efecto, esta lección contribuye mucho a deshacer su creencia en su

propia omnipotencia y la ayuda a aceptar las limitaciones de su

voluntad personal.

En el caso de la joven Melanie, sin embargo, ese poderoso deseo

se cumplió. En muchos aspectos ella reemplazó a su madre.

Aparentemente por los poderes mágicos de sus deseos y de su

voluntad, ella ganó a su padre para sí misma. Luego, con una

impertérrita creencia en el poder de su voluntad para provocar lo que

deseara, se vio atraída a otras situaciones difíciles y emocionalmente

intensas, las cuales también intentó cambiar por arte de magia. Los

desafíos que más tarde enfrentó sin quejas, armada sólo con su

voluntad – un marido irresponsable, inmaduro e infiel, la carga de criar

tres hijos virtualmente solos, severos problemas económicos y un

exigente programa de estudios además de un trabajo por tiempo

parcial – fueron prueba de ello.

Sean proporcionó a Melanie un personaje perfecto para realzar

sus esfuerzos de cambiar a otra persona a través del poder de su

voluntad, tal como él satisfacía las otras necesidades fomentadas por el

papel pseudo adulto de Melanie en su niñez, en el hecho de que le

daba amplias oportunidades de sufrir y soportar, y de evitar la

sexualidad mientras ejercía su predilección por la atención y el cuidado

de su familia.

A esta altura debe estar bien claro que Melanie no fue, de

ninguna manera, una víctima infortunada de un matrimonio infeliz. Todo

lo contrario. Ella y Sean satisfacían todas las necesidades psicológicas

mutuas más profundas. Era una pareja perfecta. El hecho de que los

obsequios monetarios oportunos de la madre de Sean constituyeran un

conveniente impedimento para cualquier impulso hacia el crecimiento

o la madurez, era realmente un problema para ese matrimonio, pero

no, como prefería verlo Melanie, el Problema. Lo que en realidad

funcionaba mal era el hecho de que se trataba de dos personas cuyos

patrones inadecuados de vida y cuyas actitudes hacia la vida, si bien

no eran de ningún modo idénticos, se complementaban tan bien que,

de hecho, se capacitaban mutuamente para seguir siendo infelices.

Imaginemos a los dos, Sean y Melanie, como bailarines en un

mundo en que todos bailan y crecen aprendiendo sus rutinas

individuales. Debido a los acontecimientos y personalidades particulares

y, más que nada, al aprender los bailes que se realizaron con ellos

durante toda su niñez, tanto Sean como Melanie desarrollaron un

repertorio único de gestos, movimientos y pasos psicológicos.

Un buen día se conocieron y descubrieron que sus estilos distintos

de bailar, al hacerlo juntos, se sincronizaban mágicamente en un dúo

exquisito, un perfecto pas de deux de acción y reacción. Cada

movimiento que hacía uno se veía correspondido por el otro, lo cual

daba como resultado una coreografía que permitía que sus estilos

fluyeran sin interrupción, girando una y otra vez.

Cada vez que Sean se desligaba de una responsabilidad, ella se

apresuraba a asumirla. Cuando ella reunía para si todas las cargas de

criar a su familia, él se marchaba con una pirueta, proporcionándole

lugar de sobra para ocuparse del cuidado. Cuando él buscaba otra

compañía femenina en el escenario, ella suspiraba con alivio y

apresuraba su danza para distraerse. Mientras él se alejaba bailando y

salía del escenario, ella realizaba un perfecto paso de espera. Girando

una y otra vez…

Para Melanie, a veces era un baile excitante, a menudo solitario;

ocasionalmente, era avergonzante o agotador. Pero lo último que

deseaba era detener el baile que conocía tan bien. Los pasos, los

movimientos, todo le parecía tan bien que estaba segura de que ese

baile se llamaba amor.CAPÍTULO 4. LA NECESIDAD DE SER NECESITADAS Es una mujer de buen corazón enamorada de un oportunista lo ama a pesar de sus modales perversos que ella no entiende Mujer de buen corazón “No sé cómo lo hace todo. Yo me volvería loca si tuviera que soportar todo lo que soporta ella”. “¡Y nunca la oí quejarse!” “¿Por qué lo tolera?” “De todos modos, ¿qué ve en él? Podría llevar una vida mucho mejor” La gente tiende a decir esta clase de cosas sobre una mujer que ama demasiado, al observar lo que parecen ser sus nobles esfuerzos por mejorar una relación aparentemente insatisfactoria. Pero las pistas que permiten explicar el misterio de su devoto apego, por lo general se pueden encontrar en las experiencias que tuvo cuando era niña. La mayoría de nosotras creemos y continuamos en los papeles que adoptamos en nuestra familia de origen. Para muchas mujeres que aman demasiado, esos papeles a menudo implicaban negar nuestras propias necesidades e intentar satisfacer las de otros miembros de la familia. Tal vez las circunstancias nos obligaron a crecer demasiado rápido, a asumir prematuramente responsabilidades de adultas porque nuestra madre o nuestro padre estaban demasiado enfermos física o emocionalmente para cumplir con sus funciones propias. O quizás alguno de nuestros padres estuvo ausente debido a su muerte o a un divorcio y nosotras tratamos de tomar su lugar, ayudando a cuidar tanto a nuestros hermanos como al progenitor que nos quedaba. Tal vez nos convertimos en la madre de la familia mientras nuestra madre trabajaba para mantenernos. O quizá vivimos con ambos padres, pero debido a que uno de ellos estaba furioso o frustrado o infeliz y el otro no reaccionaba a eso con apoyo, nos encontramos en el papel de confidentes, oyendo detalles de su relación que eran demasiada carga para que pudiéramos manejarla emocionalmente. Escuchábamos porque teníamos miedo de las consecuencias que podrían aquejar al progenitor que sufría si no lo hacíamos, y miedo de la pérdida de amor si no cumplíamos el papel que nos había tocado en suerte. Por eso no nos protegíamos, y nuestros padres tampoco nos protegían, porque necesitaban vernos más fuertes de lo que éramos en realidad. Si bien éramos demasiado inmaduras para esa responsabilidad, terminamos protegiéndoles a ellos. Al ocurrir esto, aprendimos a edad demasiado temprana y demasiado bien a cuidar de todos, menos a nosotras mismas. Nuestra propia necesidad de amor, atención, cariño y seguridad quedó insatisfecha mientras fingíamos ser más poderosas y menos temerosas, más adultas y menos necesitadas, de lo que realmente nos sentíamos. Y habiendo aprendido a negar nuestro propio anhelo de que nos cuidaran, crecimos buscando más oportunidades de hacer lo que habíamos aprendido a hacer tan bien: preocuparnos por las necesidades y exigencias de los demás en lugar de admitir nuestro miedo, nuestro dolor y nuestras necesidades insatisfechas. Hace tanto tiempo que fingimos ser adultas, que pedimos tan poco y hacemos tanto, que ahora nos parece demasiado tarde para esperar nuestro turno, entonces seguimos ayudando, con la esperanza de que nuestro miedo desaparecerá y nuestra recompensa será el amor. La historia de Melanie viene al caso como ejemplo de la manera en el que el hecho de crecer demasiado rápido con demasiadas responsabilidades – en este caso, la de reemplazar a un progenitor ausente – puede crear una compulsión a atender a los demás. El día en que nos conocimos, al terminar una charla que yo había dado a un grupo de estudiantes de enfermería, no pude evitar notar que su rostro era un estudio en contrastes. Las narices pequeñas y respingadas, con sus pecas, y las mejillas con profundos hoyuelos y muy blancas le daban un atractivo aire travieso. Esos rasgos vivaces parecían fuera de lugar en el mismo semblante que reflejaba ojeras tan oscuras bajo sus claros ojos grises. Desde debajo de su cabello castaño ondeado, parecía un duende pálido y cansado. Había esperado a un lado, mientras yo conversaba durante bastante tiempo con cada uno de los estudiantes que se habían quedado luego del fin de mi conferencia. Tal como sucedía a menudo siempre que tocaba el tema de la enfermedad familiar del alcoholismo, varios estudiantes querían hablar de cuestiones demasiado personales como para plantearlas en el periodo de preguntas y respuestas siguiente a mi exposición. Cuando se marchó el último de sus compañeros, Melanie me permitió un momento de descanso; luego se presentó y estrechó mi mano con calidez y firmeza sorprendentes en alguien tan menudo y delicado como ella. Había esperado tanto tiempo y con tanta paciencia para hablar conmigo que, a pesar de su aparente seguridad, sospeché que la conferencia de esa mañana había tocado en ella un sentimiento profundo. Para darle una oportunidad de explayarse, la invité a caminar por el parque universitario. Mientras yo recogía mis cosas y salíamos de la sala de conferencias, ella conversaba con afabilidad, pero una vez que salimos al gris mediodía de noviembre se volvió silenciosa y meditativa. Caminamos por un sendero desierto, donde el único sonido era bajo nuestros pies, el crujido de las hojas caídas de los sicomoros. Melanie se detuvo para tocar con el pie un par de hojas en forma de estrella, con sus puntas curvadas hacia arriba como estrellas de mar secas, que dejaban al descubierto su pálido reverso. Después de un momento, dijo suavemente: - Mi madre no era alcohólica, pero por lo que usted dijo esta mañana sobre la forma en que esa enfermedad afecta a una familia, es como si lo hubiera sido. Era una enferma mental, realmente muy loca, y eso finalmente la mató. Sufría profundas depresiones, iba muchas veces al hospital, y a veces permanecía allí mucho tiempo. Las drogas que utilizaban para “curarla” sólo parecían empeorar su estado. En lugar de ser una loca despierta, la convertían en una loca ida. Pero a pesar del efecto de esas drogas, a la larga se las ingenió para que uno de sus intentos de suicidio diera resultado. Si bien tratábamos de no dejarla sola nunca, aquel día todos habíamos salido un rato. Se ahorcó en el garaje. Mi padre la encontró. Melanie sacudió la cabeza con rapidez, como para dispersar los oscuros recuerdos que se habían congregado en ella, y prosiguió: - Esta mañana oí muchas cosas con las que pude identificarme, pero usted dijo en su conferencia que los hijos de alcohólicos o de otros hogares disfuncionales con mucha frecuencia eligen como pareja a un alcohólico o un adicto a otras drogas, y eso se aplica a Sean. A él no le gusta mucho beber ni drogarse, gracias a Dios. Pero tenemos otros problemas. Apartó la vista, levantando el mentón. - Por lo general puedo encargarme de todo – prosiguió, bajando el mentón -, pero está comenzando a afectarme.- Luego me miró de frente, sonrió y se encogió de hombres -. Me estoy quedando sin comida, sin dinero y sin tiempo, eso es todo. Dijo esto como si fuera la culminación ingeniosa de un chiste, a la que hubiera que reaccionar con diversión, sin tomarlo en serio. Tuve que estimularla para que me diera detalles, lo cual hizo en tono desapasionado. - Sean se ha marchado otra vez. Tenemos tres hijos: Susie, de seis años; Jimmy, de cuatro, y Meter, que tiene dos y medio. Estoy trabajando parte del tiempo como empleada en un hospital, trato de conseguir mi título de enfermera y de mantener la casa. En general Sean cuida a los niños cuando no está en la escuela de arte, o cuando no se ha marchado. Dijo esto último sin una pizca de amargura. - Nos casamos hace siete años. Yo tenía diecisiete y acababa de terminar la escuela secundaria. Él tenía veinticuatro, hacía algunos trabajos como actor y estudiaba parte del tiempo. Yo solía ir a su apartamento los domingos y les cocinaba aquellos verdaderos festines. Yo era su chica de los domingos por la noche. Los viernes y sábados él tenía alguna actuación o salía con otra persona. De todos modos, todos me querían en ese apartamento. Mis comidas eran lo mejor que les pasaba en toda la semana. Solían bromear con Sean, diciéndole que debería casarse conmigo y dejar que yo lo atendiera. Creo que a él le gustó la idea porque eso fue lo que hizo. Me pidió que me casara con él y, por supuesto, acepté. Yo estaba encantada. Era tan apuesto. ¡Mire! – Abrió su bolso y sacó un pequeño estuche de fotografías. La primera era de Sean: ojos oscuros, pómulos marcados y un mentón con un hoyuelo profundo se combinaban en un rostro meditativo y atractivo. Era una versión de tamaño pequeño de lo que parecía una fotografía tomada para publicidad de un actor o un modelo. Le pregunté si lo era, y Melanie confirmó que sí y nombró a un famoso fotógrafo que había hecho el trabajo. - Parece un perfecto Heathcliff – observé, y ella asintió con orgullo. Miramos las otras fotografías, que mostraban a tres niños en diversas etapas de desarrollo: gateando, empezando a caminar, soplando velitas de cumpleaños. Con la esperanza de ver una fotografía menos en pose de Sean, comenté que él no aparecía en ninguna de las fotografías de los niños. - No, por lo general él las tomas. Tiene bastantes antecedentes en fotografía, además de actuación y arte. - ¿Trabaja en alguno de esos campos? – pregunté. - Bueno, no. Su madre le envió un poco de dinero, así que volvió a marcharse a Nueva Cork, para ver qué oportunidades encuentra allí. La voz de Melanie bajó en forma casi imperceptible. Dada su evidente lealtad a Sean, yo habría esperado verla más esperanzada con respecto a ese viaje a Nueva Cork. Al ver que no era así, le pregunté: - Melanie, ¿qué sucede? Con los primeros indicios de queja, respondió: - El problema no es nuestro matrimonio. Es su madre. Siempre le envía dinero. Cada vez que él está a punto de establecerse con nosotros, o que, para variar, está asentándose en un empleo, ella le envía un cheque y entonces él se marcha. Ella no sabe decirle que no. Si tan sólo dejara de enviarle dinero estaríamos bien. - ¿Y si nunca deja de hacerlo? - Entonces Sean tendrá que cambiar. Haré que vea cuánto nos está lastimando. – Aparecieron lágrimas en sus pestañas oscuras. Tendrá que rechazar sus ofrecimientos de dinero. - Melanie, eso no parece demasiado probable por l oque me dices. Levantó la voz y habló con más precisión. - Ella no va a arruinar esto. Él cambiará. Melanie encontró una hoja especialmente grande y en sus siguientes pasos la pateó, observando cómo se desintegraba delante de ella. Esperé unos momentos y luego pregunté: - ¿Hay algo más? Aún pateando la hoja, Melanie respondió: - Él ha ido a Nueva York muchas veces y cuando está allá ve a otra persona. Volvió a hablar en voz baja y desapasionada. - ¿Otra mujer? – pregunté, y Melanie apartó la vista al asentir -. ¿Cuánto tiempo hace que la ve? - Oh, hace años en realidad. – En ese punto Melanie se encogió de hombres -. Comenzó con mi primer embarazo. Yo casi no lo culpaba. Yo estaba tan enferma y me sentía tan mal, y él estaba tan lejos… Es asombroso, pero Melanie asumía la culpa por la infidelidad de Sean, además de la carga de mantener a él y sus hijos mientras él probaba distintas ocupaciones. Le pregunté si alguna vez había pensado en divorciarse. - De hecho, nos separamos una vez. Es tonto decirlo, porque estamos separados todo el tiempo, en la forma en que él se ausenta. Pero una vez le dije que quería separarme, más que nada por darle una lección, y entonces estuvimos realmente separados seis meses. Él seguía llamándome y yo le enviaba dinero cuando lo necesitaba, si tenía alguna oportunidad y necesitaba algo para mantenerse hasta entonces. ¡Incluso conocí a otros hombres! – Melanie parecía sorprendida de que otros hombres se interesaban por ella-. Los dos eran buenos con los niños, y cada uno quería ayudarme en la casa, arreglar lo que no andaba e incluso comprarme pequeñeces que yo necesitaba. Era agradable que me trataran así. Pero en realidad yo no sentía nada por ellos. Nunca pude volver a sentir nada como la atracción que aún sentía por Sean. Por eso, a la larga, volví con él. – Sonrió -. Entonces tuve que explicarle por qué en casa todo estaba en tan buen estado. Habíamos llegado a la mitad del parque y yo quería saber más acerca de la niñez de Melanie, comprender las experiencias que la habían preparado para las penurias de su situación actual. - Cuando te recuerdas como niña, ¿qué ves? – le pregunté, y ella frunció el entrecejo al recordar. - ¡Oh, es muy gracioso! Me veo con el delantal de cocina, de pie sobre un taburete frente a la cocina, revolviendo una cacerola. Yo era la tercera de cinco hijos y tenía catorce años cuando murió mi madre, pero empecé a cocinar y a limpiar mucho tiempo antes, porque ella estaba muy enferma. Después de un tiempo, ella no salía nunca de la habitación trasera. Mis dos hermanos mayores consiguieron trabajo después de terminar la escuela para ayudar a mantener la casa, y yo me convertí en una especie de madre para todos. Mis dos hermanas eran tres y cinco años menores que yo, así que casi todo el trabajo de la casa dependía de mí. Pero nos arreglábamos bien. Papá trabajaba y hacía las compras. Yo cocinaba y limpiaba. Hacíamos todo lo que podíamos. El dinero siempre escaseaba, pero nos arreglábamos. Papá trabajaba muchísimo, y a menudo tenía dos empleos. Por eso pasaba mucho tiempo fuera de casa. Creo que en parte lo hacía porque era necesario, y en parte para evitar ver a mi madre. Todos la evitábamos cuando podíamos. Ella era muy difícil. “Mi padre volvió a casarse cuando yo estaba por terminar la escuela secundaria. Las cosas enseguida se volvieron más fáciles porque su nueva esposa también trabajaba y tenía una hija de la misma edad que mi hermana menor, que por entonces tenía doce años. Todo comenzó a ir bien. El dinero no era tanto problema. Papá era mucho más feliz. Por primera vez había suficiente para todos. - ¿Qué sentiste cuando murió tu madre? – le pregunté. La mandíbula de Melanie se endureció. - La persona que murió no había sido mi madre en muchos años. Era otra persona: alguien que dormía o gritaba y causaba problemas. La recuerdo cuando aún era mi madre, pero muy vagamente. Tengo que evocar a alguien que era suave, dulce y que nos cantaba mientras trabajaba o jugaba con nosotros. ¿Sabe? Era irlandesa y cantaba canciones muy melancólicas… De todos modos, creo que cuando murió nos sentimos aliviados. Pero yo también me sentía culpable de que, quizá, si la hubiese entendido mejor o querido más ella no se habría enfermado tanto. No pienso en ello si puedo evitarlo. Nos estábamos acercando a mi destino, y en los instantes que nos quedaban esperaba ayudar a Melanie a tener por lo menos un vistazo del origen de sus problemas en el presente. - ¿Ves alguna similitud entre tu vida cuando niña y ahora? – le pregunté. Melanie rió, incómoda. - Más que nunca, sólo al hablarlo ahora. Veo cómo aún sigo esperando (que Sean venga a casa, tal como esperaba a mi padre cuando no estaba) y me doy cuenta de que nunca culpo a Sean por lo que hace porque sus ausencias están mezcladas en mi mente con las de mi padre, cuando se marchaba para poder mantenernos a todos. Veo que no es lo mismo, y sin embargo siento lo mismo al respecto, como si yo debiera simplemente aprovechar la situación al máximo posible. Hizo una pausa y entrecerró los ojos como para ver mejor los patrones que se desplegaban ante ella. - Oh, y yo sigo siendo la pequeña y valiente Melanie, la que se encarga de todo, la que revuelve la cacerola en la cocina, la que atiende a los niños. – Sus mejillas adquirieron un tono rosado al reconocerlo -. Entonces es verdad lo que usted dijo en su conferencia sobre los niños como lo fui yo. ¡Si, buscamos personas con quienes podamos jugar los mismos papeles que cuando estábamos creciendo! Al despedirnos, Melanie me abrazó con fuerza y dijo: - Gracias por escucharme. Creo que sólo necesitaba hablar un poco sobre todo esto. Y lo entiendo mejor, pero no estoy lista para darme por vencida… ¡aún no! – Su ánimo había mejorado visiblemente al decir, otra vez con el mentón elevado -: Además, Sean sólo necesita crecer. Y lo hará. Tiene que hacerlo, ¿no cree? Sin esperar una respuesta, dio media vuelta y echo a andar sobre las hojas caídas. En verdad, la comprensión de Melanie era ahora más profunda, pero había muchas otras similitudes entre su niñez y su vida actual que permanecían fuera de su conciencia. ¿Por qué una joven tan brillante, atractiva, enérgica y capaz como Melanie necesitaría una relación tan cargada de dolor y penurias como la que tenía con Sean? Porque para ella y para otras mujeres que han crecido en hogares profundamente infelices, donde las cargas emocionales eran demasiado pesadas y las responsabilidades demasiado grandes, para estas mujeres lo agradable y lo desagradable se han confundido y mezclado hasta llegar a ser una misma cosa. Por ejemplo, en el hogar de Melanie, la atención de los padres era insignificante debido a la dificultad general para manejar la vida mientras la familia intentaba salir adelante con la desintegración de la personalidad de la madre. Los esfuerzos heroicos de Melanie para encargarse de la casa se veían recompensados con lo más cercano al amor que ella experimentaría: la agradecida dependencia de su padre con respecto a ella. Los sentimientos de miedo y de sobrecarga que serían naturales en una criatura en tales circunstancias se veían eclipsados por su sentido de competencia, que surgía de la necesidad de su padre de que lo ayudara y de la incapacidad de su madre. ¡Qué duro para una criatura ser tratada como alguien más fuerte que un progenitor e indispensable para el otro! Ese papel en su niñez formó la identidad de Melanie como una salvadora que podía elevarse por sobre las dificultades y el caos y rescatar a quienes la rodeaban con su coraje, su fortaleza y su indómita voluntad. Este complejo de salvación parecía más saludable de lo que es. Si bien es loable ser fuerte en una crisis, Melanie al igual que otras mujeres de antecedentes similares, necesitaba las crisis para poder funcionar. Sin alboroto, tensiones o una situación desesperada de la cual encargarse, los sentimientos de sobrecarga emocional latentes desde la niñez saldrían a la superficie y se volverían demasiado amenazadores. Cuando niña, Melanie fue la ayudante de su padre, al tiempo que hacía las veces de madre de los demás niños. Pero ella también era una criatura que necesitaba a sus padres, y dado que su madre estaba demasiado alterada mentalmente y su padre era demasiado inaccesible, sus propias necesidades quedaron insatisfechas. Los otros niños tenían a Melanie para regañarlos, preocuparse por ellos y cuidarlos. Melanie no tenía a nadie. No sólo le faltaba su madre; también tuvo que aprender a pensar y a actuar como un adulto. No había lugar ni tiempo para expresar su propio pánico, y pronto esa misma falta de oportunidad para tomar su turno emocionalmente, comenzó a parecerla correcta. Si fingía ser adulta durante el tiempo suficiente, podría ingeniárselas para olvidar que era una niña asustada. Pronto Melanie no sólo funcionaba bien en el caos, sino que llegó a necesitarlo para poder vivir. La carga que llevaba sobre sus hombros la ayudaba a evitar su propio pánico y su dolor. La abrumaba y le daba alivio al mismo tiempo. Más aún, el sentido del valor que ella desarrolló era el resultado de haber cargado con responsabilidades que sobrepasaban su capacidad de niña. Ganó aprobación trabajando duro, atendiendo a los demás, y sacrificando sus propias necesidades. Fue así como el martirio también llegó a formar parte de su personalidad y se combinó con su complejo de salvadora para hacer de Melanie un verdadero imán para alguien que implicara problemas, alguien como Sean. Debido a las inusuales circunstancias de su niñez, lo que de otra manera habrían sido sentimientos y reacciones normales se exageraron peligrosamente en Melanie. Resultará útil hacer un breve repaso de algunos aspectos importantes del desarrollo infantil a fin de entender mejor las fuerzas que estaban en juego en la vida de Melanie. Para los niños que crecen en una familia nuclear, es natural tener fuertes deseos de deshacerse del progenitor de su mismo sexo para poder tener al amado progenitor del sexo opuesto sólo para ellos. Los niñitos varones desean de corazón que papá desaparezca para tener todo el amor y la atención de mamá. Y las niñitas sueñan con reemplazar a su madre como la esposa de papá. La mayoría de los padres ha recibido “propuestas” de sus hijos del sexo opuesto que expresan este anhelo. Un varón de cuatro años dice a su madre: “Cuando sea grande me casaré contigo, mami”. O una niña de tres años dice a su padre: “Papi, tengamos una casa tú y yo solos, sin mami”. Estos anhelos muy normales reflejan algunos de los sentimientos más fuertes que experimenta una criatura. Sin embargo, si algo llegara a ocurrir al rival envidiado y eso ocasionara un daño o la ausencia de ese progenitor en la familia, el efecto sobre la criatura sería devastador. Cuando en una familia la madre sufre alteraciones emocionales, enfermedades físicas graves o crónicas, alcoholismo o drogadicción (si está ausente física o emocionalmente por cualquier otro motivo), entonces la hija (por lo general, la hija mayor, si hay dos o más) es elegida casi invariablemente para suplir el puesto vacante debido a la enfermedad o la ausencia de la madre. La historia de Melanie ejemplifica los efectos de tal “ascenso” en una niña. Debido a la presencia de una enfermedad mental debilitante en su madre, Melanie heredó el puesto de jefe femenino de la casa. Durante los años en que su identidad estaba en formación, ella fue, en muchos aspectos, la compañera de su padre más que su hija. Al discutir y organizar los problemas de la casa, funcionaban como equipo. En cierto sentido, Melanie tenía a su padre para ella sola porque tenía con él una relación que era profundamente diferente de la que tenían con él sus hermanos. Era casi su par. Además, durante varios años ella fue mucho más fuerte y estable que su madre enferma. Eso significó que los deseos infantiles normales de Melanie de tener a su padre para ella sola se cumplieron, pero a costa de la salud de su madre y, finalmente, de la vida de esta. ¿Qué sucede cuando los deseos infantiles de librarse del progenitor del mismo sexo y de obtener al progenitor del sexo opuesto para uno solo se cumplen? Hay tres consecuencias extremadamente poderosas, que determinan el carácter y obran de forma inconsciente. La primera es la culpa. Melanie se sentía culpable al recordar el suicidio de su madre y su propia incapacidad de evitarlo, la clase de culpa que se experimenta en forma consciente y que cualquier miembro de la familia siente naturalmente ante una tragedia así. En Melanie, esa culpa consciente se vio exacerbada por su super desarrollado sentido de la responsabilidad por el bienestar de todos los miembros de su familia. Pero además de esta pesada carga de culpa consciente, ella llevaba otra carga más pesada aún. El cumplimiento de sus deseos infantiles de tener a su padre para ella sola produjo en Melanie una culpa inconsciente además de la culpa consciente que sentía por no haber podido salvar a su madre mentalmente enferma del suicidio. Esto, a su vez, generó un impulso de compensación, una necesidad de sufrir y soportar penurias a modo de expiación. Esta necesidad, combinada con la familiaridad de Melanie con el papel de mártir, creó en ella algo cercano al masoquismo. Había bienestar, si no verdadero placer, en su relación con Sean, con todo su dolor, soledad y abrumadora responsabilidad inherentes. La segunda consecuencia son los sentimientos inconscientes de incomodidad ante las implicaciones sexuales del hecho de tener al progenitor deseado para uno mismo. Comúnmente, la presencia de la madre (o, en estos días de divorcios frecuentes, la de otra compañera o pareja sexual para el padre, como una madrastra o novia) proporciona seguridad tanto al padre como a la hija. La hija está en libertad de desarrollar un sentido de sí misma como alguien atractivo y amado a los ojos de su padre, y al mismo tiempo sentirse protegida de un cumplimiento abierto de los impulsos sexuales que inevitablemente se generan entre ellos, por la fuerza del vínculo de su padre con una mujer adulta adecuada. Entre Melanie y su padre no se desarrolló una relación incestuosa, pero dadas las circunstancias bien podría haber sucedido. La dinámica que operaba en su familia está presente con mucha frecuencia cuando se desarrollan relaciones incestuosas entre padres e hijas. Cuando una madre, por el motivo que fuere, abdica de su papel apropiado como pareja de su esposo y madre de sus hijos, y provoca el ascenso de una hija a ese puesto, está obligando a su hija no sólo a asumir sus responsabilidades sino también la expone al riesgo de convertirse en objeto de los impulsos sexuales de su padre (Si bien aquí se podría interpretar que toda la responsabilidad es de la madre, en realidad el hecho de que haya incesto es completa responsabilidad del padre. Esto se debe a que, como adulto, es su deber proteger a su hija en lugar de usarla para su propia gratificación sexual). Por otro lado, aun cuando el padre nunca encare a su hija sexualmente, la falta de un vínculo fuerte entre los padres y la asunción por parte de la hija del papel materno en la familia sirven para acrecentar los sentimientos de atracción sexual entre padre e hija. Debido a su relación estrecha, es probable que la hija tenga una conciencia incómoda de que el interés especial de su padre por ella tiene ciertos matices sexuales. O bien la inusual accesibilidad emocional del padre puede hacer que la hija concentre en él sus nacientes sensaciones sexuales más de lo que haría en circunstancias normales. En un esfuerzo por evitar la violación, aun en pensamiento, del poderoso tabú del incesto, tal vez ella se insensibilice a la mayoría o incluso a todos sus sentimientos sexuales. La decisión de hacerlo, nuevamente, es inconscientemente, una defensa contra el más amenazador de los impulsos: la atracción sexual hacia un progenitor. Como es inconsciente, esta decisión no se examina ni revierte con facilidad. El resultado es una joven que puede sentirse incómoda con cualquier sentimiento sexual, debido a las inconscientes violaciones del tabú que se asocian con ellos. Cuando esto sucede, la atención maternal puede ser la única forma inocua de expresar amor. La forma principal en que Melanie se relacionaba con Sean consistía en sentirse responsable por él. Hacía mucho tiempo que eso se había convertido en su manera de sentir y expresar amor. Cuando Melanie tenía diecisiete años, su padre la “reemplazó” por su nueva esposa, un matrimonio que ella, aparentemente, recibió con alivio. El hecho de que sintiera tan poca amargura por la pérdida de su papel en el hogar quizá se haya debido, en gran parte, a la aparición de Sean y sus compañeros de cuarto, para quienes Melanie realizaba muchas de las mismas funciones que había llevado a cabo antes en su casa. Si esa situación no hubiera llegado a convertirse en un matrimonio con Sean, Melanie podría haberse enfrentado a una profunda crisis de identidad. Pero no fue así: Melanie quedó embarazada de inmediato y así volvió a recrear su papel de encargada, mientras Sean cooperaba comenzando, al igual que el padre de Melanie, a ausentarse gran parte del tiempo. Ella le enviaba dinero aun mientras estaban separados, compitiendo con la madre de Sean para ser la mujer que lo cuidaba mejor (Era una competencia que ya había ganado a su propia madre, en relación con su padre). Durante su separación de Sean, cuando aparecieron en su vida otros hombres que no necesitaban sus cuidados maternales y que, de hecho, trataron de invertir los papeles ofreciéndole la ayuda que tanto necesitaba, no pudo relacionarse con ellos emocionalmente. Sólo se sentía cómoda proporcionando atención. La dinámica sexual de la relación de Melanie con Sean nunca había proporcionado el poderoso vínculo entre ellos que si creaba la necesidad de Sean por la atención de Melanie. De hecho, la infidelidad de Sean simplemente proporcionó a Melanie otro reflejo de su experiencia infantil. Debido al avance de su enfermedad mental, la madre de Melanie se convirtió en una cada vez más vaga, apenas visible, “otra mujer”, que estaba en la habitación trasera de la casa, emocional y físicamente apartada de la vida y los pensamientos de Melanie. Melanie manejaba la relación con su madre manteniendo la distancia y evitando pensar en ella. Más tarde, cuando Sean se interesó por otra mujer, esta también era alguien vago y distante, a quien Melanie no percibía como una verdadera amenaza a lo que era, al igual que su anterior relación con su padre, una sociedad algo asexual pero práctica. No olvidemos que el comportamiento de Sean no carecía de precedentes. Antes de que se casaran, su patrón establecido de conducta había consistido en buscar la compañía de otras mujeres al tiempo que permitía que Melanie se ocupara de sus necesidades prácticas menos románticas. Melanie lo sabía y, aún así, se casó con él. Después del matrimonio, ella inició una campaña para cambiarlo mediante la fuerza de voluntad y su amor. Esto nos lleva a la tercera consecuencia del cumplimiento de los deseos y fantasías infantiles de Melanie: su creencia en su propia omnipotencia. Los niños normalmente creen que ellos, sus pensamientos y sus deseos tienen un poder mágico y que son la causa de todos los acontecimientos significativos de su vida. Comúnmente, sin embargo, aun cuando una niñita desee con ardor ser la pareja de su padre para siempre, la realidad le enseña que eso no es posible. Le guste o no, a la larga debe aceptar el hecho de que la pareja de su padre es su madre. Es una gran lección en su joven vida: aprender que ella no siempre puede lograr, mediante el poder de su voluntad, lo que más desea. En efecto, esta lección contribuye mucho a deshacer su creencia en su propia omnipotencia y la ayuda a aceptar las limitaciones de su voluntad personal. En el caso de la joven Melanie, sin embargo, ese poderoso deseo se cumplió. En muchos aspectos ella reemplazó a su madre. Aparentemente por los poderes mágicos de sus deseos y de su voluntad, ella ganó a su padre para sí misma. Luego, con una impertérrita creencia en el poder de su voluntad para provocar lo que deseara, se vio atraída a otras situaciones difíciles y emocionalmente intensas, las cuales también intentó cambiar por arte de magia. Los desafíos que más tarde enfrentó sin quejas, armada sólo con su voluntad – un marido irresponsable, inmaduro e infiel, la carga de criar tres hijos virtualmente solos, severos problemas económicos y un exigente programa de estudios además de un trabajo por tiempo parcial – fueron prueba de ello. Sean proporcionó a Melanie un personaje perfecto para realzar sus esfuerzos de cambiar a otra persona a través del poder de su voluntad, tal como él satisfacía las otras necesidades fomentadas por el papel pseudo adulto de Melanie en su niñez, en el hecho de que le daba amplias oportunidades de sufrir y soportar, y de evitar la sexualidad mientras ejercía su predilección por la atención y el cuidado de su familia. A esta altura debe estar bien claro que Melanie no fue, de ninguna manera, una víctima infortunada de un matrimonio infeliz. Todo lo contrario. Ella y Sean satisfacían todas las necesidades psicológicas mutuas más profundas. Era una pareja perfecta. El hecho de que los obsequios monetarios oportunos de la madre de Sean constituyeran un conveniente impedimento para cualquier impulso hacia el crecimiento o la madurez, era realmente un problema para ese matrimonio, pero no, como prefería verlo Melanie, el Problema. Lo que en realidad funcionaba mal era el hecho de que se trataba de dos personas cuyos patrones inadecuados de vida y cuyas actitudes hacia la vida, si bien no eran de ningún modo idénticos, se complementaban tan bien que, de hecho, se capacitaban mutuamente para seguir siendo infelices. Imaginemos a los dos, Sean y Melanie, como bailarines en un mundo en que todos bailan y crecen aprendiendo sus rutinas individuales. Debido a los acontecimientos y personalidades particulares y, más que nada, al aprender los bailes que se realizaron con ellos durante toda su niñez, tanto Sean como Melanie desarrollaron un repertorio único de gestos, movimientos y pasos psicológicos. Un buen día se conocieron y descubrieron que sus estilos distintos de bailar, al hacerlo juntos, se sincronizaban mágicamente en un dúo exquisito, un perfecto pas de deux de acción y reacción. Cada movimiento que hacía uno se veía correspondido por el otro, lo cual daba como resultado una coreografía que permitía que sus estilos fluyeran sin interrupción, girando una y otra vez. Cada vez que Sean se desligaba de una responsabilidad, ella se apresuraba a asumirla. Cuando ella reunía para si todas las cargas de criar a su familia, él se marchaba con una pirueta, proporcionándole lugar de sobra para ocuparse del cuidado. Cuando él buscaba otra compañía femenina en el escenario, ella suspiraba con alivio y apresuraba su danza para distraerse. Mientras él se alejaba bailando y salía del escenario, ella realizaba un perfecto paso de espera. Girando una y otra vez… Para Melanie, a veces era un baile excitante, a menudo solitario; ocasionalmente, era avergonzante o agotador. Pero lo último que deseaba era detener el baile que conocía tan bien. Los pasos, los movimientos, todo le parecía tan bien que estaba segura de que ese baile se llamaba amor.


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