Un Cuento de María Iberia González Sánchez
Entre la sombra y la oscuridad se esconden… si no lo hicieran, todo sería diferente. De cada uno de sus manos y pies, salen mas de una docena de algo parecida a dedos, muchos más largos y delgados que estos, hechos de una especie de moco con el que se adhieren a sus víctimas. En la punta de aquello tienen un dispositivo succionador. Los dedos se mueven de forma independiente unos de otros, como si cada uno penara por sí mismo. Como delgadas serpientes con nariz de sabueso olfatean la piel, deslizándose por ella, en busca de agujeros por donde introducir la punta. Una vez adentro comienzan a succionar, sin que la propia víctima lo note. Así es como se alimentan. Se comen el alma de sus presas, se chupan su amor. Aunque parezca mentira existen y son mas comunes de lo que mucha gente sabe, pero es muy difícil descubrirlos. Saben esconderse muy bien, disimularse. Su disfraz es su mejor escondite. Sacuden los gruesos y pegajosos tentáculos que salen de cada una de sus extremidades para que se peguen entre si en grupo de cinco, y los meten en guantes con forma de manos. Usan peluca, por que su cabeza esta llena de ojos, tienen mas de veinte pares, todos saltones y desorbitados. Se les han desarrollado en su afán de poder verlo todo, para que no los engañen. No confían en ellos mismos, por tanto, no confían en nadie. Si tu maleta del miedo esta llena de tristeza, enojo, mentiras, desanimo, cansancio, confusión, rencor… Y en la del amor ya no tienes sonrisas, ilusiones, esperanzas, animo, alegrías… ¡Cuidado! Puede ser que ya te haya atrapado un monstruo de estos o, lo peor del caso, quizás tu mismo ya seas uno. Al poco tiempo de apoderarse de ti, si no encuentras como escapar, comienzas a transformarte en lo mismo que ellos. Pero como cualquiera es una victima de los engendros come amor. Solo las personas con hoyos en el alma. Había una vez una jovencita con el alma llena de huecos. Todo el amor que le llegaba para el día le duraba solo algunas horas, se derramaba sin remedio. Para estos seres terribles el olor a amor derramándose es como la sangre para los tiburones, los atrae, despierta su apetito. Así que no tardó en llegar el fenómeno en busca de tan preciada sustancia. Disfrazado con su mejor traje y colocándose en la cara la sonrisa adecuada para ese momento, saludo a la chica. La muchacha se fijó en la sonrisa, las añoraba: una sonrisa siempre sale de la maleta del amor, y ella no tenia ninguna. En su desesperación no se dio cuenta, de que solo estaba pegada y que no tardaría en desprenderse. Se hicieron amigos, el le paso el brazo por la espalda y le acaricio el hombro. Por debajo del guante se desprendió un viscoso dedo succionador y no tardo en encontrar el primer hoyo por el cual se introdujo directo hasta el alma misma. Hacía horas a la joven ya no le quedaba amor para el resto del día, así que el engendro tuvo que esperar hasta el siguiente por la mañana a la nueva entrega para comenzar a succionar. ¡No importaba!¡Ya estaba conectado! Y ese era el primer paso. Lo que la adolescente sintió fue placentero. No había amor para que le robaran y tenia tantos huecos en el alma, que continuamente tenía esta sensación de vacío. Al meter el mutante el dedo por lo menos en ese hoyo, en ese pedacito del alma, la sensación fue otra, menos desagradable que la continua soledad que experimentaba. ¡Menos desagradable por que era el principio! ¡Pobre mujer! En esos días la indefensa criatura no tuvo una idea de lo que seria después. Estaba lejos de imaginarse la profundidad de la trampa en la que a cada momento caía más hondo. Añoraba que el monstruo la abrazara. En cada abrazo la sensación de vacío cedía un poco y el monstruo introducía más tentáculos succionadores. Así, en un abrazo enfermizo, los dos pasaron la noche juntos. El esperando la ración de amor de ella para robársela y ella dándole gracias a la vida por haberle mandado la pareja que siempre había soñado, con quien algún día podría casarse y hacer una familia diferente a la de sus padres, llena de sonrisas, ilusiones, esperanzas, ánimos y alegría. Cuando la joven despertó, estaba anegada de amor. La ración de ese día había llegado. Al monstruo ya le había llegado la suya propia, pues a ellos también les llega el amor de cada día. Pero por supuesto además de disfrutar del suyo, estaba desayunándose el amor de su compañero. Y la mujer, aunque le succionaba su propia ración, no se dio cuenta pues estaba acostumbrada a derramarlo de inmediato, y ahora se lo succionaba ¡sí! Pero más irónicamente, el ataque del monstruo hacia que le durara un poco más su propio amor. Los dos victimas y atacante, estaban felices y agradecidos con la vida.
Las largas, delgadas y viscosas víboras que salen de las manos de los monstruos son hasta cierto punto flexibles. Eso depende de cada engendro come amor, pero todas tienen un límite. Una vez, que se introducen por los hoyos del alma, además de succionar el amor y el alma misma, empieza a adueñarse de cada uno de los movimientos y acciones de sus víctimas. El monstruo estaba sentado en la mesa del desayunador. La muchacha quiso salir al jardín y arreglar sus flores como lo hacia todas las mañanas. Pero juntos al llegar al puerto se tropezó. Uno de los dedos del monstruo se había introducido por el tobillo derecho de su alma y era poco flexible. No pudo avanzar más. ¿Qué paso? Pensó, pero su amigo, como todo un caballero, se levantó, le tomo del brazo y le dijo: Muñeca, fue mi necesidad de estar a tu lado todo el tiempo la que te hizo tropezar: ¿No ves que te amo y ya no puedo vivir sin ti?- el engendro sonrió, esta vez fue una sonrisa autentica, ya que en la ración de amor de la joven había llegado varias A ella le gustaba tanto las sonrisas y su amigo era tan amable y amoroso como ella…¡Y ahora le regalaban una!... que hacia solo unos momentos había sido de ella. No le importo haberse tropezado. Ni le importo no haber podido salir al jardín ella sola. Su amigo la acompañaba, regaban las flores juntas y ya no podía vivir sin ella. Iban a estar unidos para siempre como en las películas de amor, porque ella comenzaba a sentir que tampoco podría vivir sin él. Se miraron directamente a los ojos. El la acurrucó en su pecho abrazándola mientras otro dedo más se deslizaba hacia el otro tobillo de la niña. Por cada dedo que introducen los monstruos en el alma de su víctima, en la suya propia se abre un agujero nuevo, por donde se derrama sin remedio tanto el amor que les llega naturalmente cada día como el que roban de almas ajenas, de modo que los monstros parecen en su propio ataque. Pero esto tarda mucho tiempo, y antes de que ocurra la situación se complica bastante. Mucho antes de que el final llegue, como cada vez tiene más hoyos, necesitan más amor, y entonces comienzan a succionar con más y más desesperación, terminándose antes el amor de la presa. Antes inclusive que cuando se derramaba por sí solo. A estas alturas la mujer se encontraba en un estado de desfallecimiento cada vez mayor. La ración de amor que le llegaba para lo largo de cada día ya no le alcanzaba más que unos minutos. El monstruo ya no le ofrecía sonrisas ni palabras tiernas. La seguía abrazando ¡sí! Pero la sensación era más de asfixia, que de amor. Además, todo el día estaba enojado con ella y la culpaba por no tener suficiente amor para darle. Ya no la miraba a los ojos, la vigilaba con sus más de veinte pares de ojos, que hacía tiempo había dejado al descubierto quitándose la peluca. Buscaba verlo todo, saberlo todo, controlarlo todo. Buscaba explicaciones en la joven de una realidad distorsionada que la muchacha no conocía. No entonces. Ella necesitaba amor, lo necesitaba desesperadamente. En su urgencia por obtenerlo se le ocurrió quedarse con el que el monstruo estaba tirando ¿que importaba? De todas formas, se desperdicia y no lo aprovecha nadie, pensó. Con timidez empezó a utilizar los hoyos del monstruo para alimentarse del amor que a él se le derramaba. Sus propios dedos se estiraron, se reprodujeron, se agrandaron y se les formo un mecanismo de succión en el extremo. Así ya no esperaba el amor del monstruo, lo robaba. Porque él se estaba robando el suyo. Y ella solo hacia justicia y estaba recuperando lo que le pertenecía. Se obsesionó por encontrarle hoyos en el alma a su compañero así ella encontraba más de lo que había encontrado él en ella, podría ganar y ser ella la que tuviera más amor, la que se quedaría con la mayor parte. Buscó verlo todo, saberlo todo, controlarlo todo. En su afán se le cayeron mechones de cabello y empezaron a salirle pares de ojos por toda la cabeza, que distorsionaron la realidad. Por cada dedo que introducía en el alma de su antiguo amigo, a ella le salía un nuevo agujero en la suya. Pero no lo notó, no lo relacionó. Solo siguió buscando hoyos para devorar amor ajeno. Hacía mucho tiempo que la sensación de soledad y vacío había regresado, más intensa que al principio. Pero, además había llegado otra: la confusión. Ella y el eran un terrible nudo. La joven había decidido dejar de ser una mujer. Ahora solo eran monstruos enredados. Con dedos largos y torcidos, llenos de huesos por todo el cuerpo, por donde inevitablemente se desangraba el alma. La vida al lado de aquel de aquel ser por el que algún día dio gracias a la vida era una lucha, un esfuerzo continuo. Si quería caminar y su compañero no, tenía que arrastrarlo. Si eran direcciones opuestas a las que querían ir, debía luchar contra él, o claudicar y permitir que la llevaran a donde no quería. Más adelante ya ni siquiera sabría cuál era su pierna y cual no. El amor de uno se lo robaba el otro, mezclándose así las almas. Con los cuerpos enredados y afanados en anudarse cada vez más en una competencia estúpida que los llevaba a su propia destrucción. Ya no eran dos, sino uno solo. Un monstruo más terrible que el primero: con cientos de tentáculos gelatinosos, dos cabezas llenas de ojos, cuatro piernas, cuatro brazos. Un engendro diabólico.
Si este monstruo insiste en robar el amor, tendrá que buscar una nueva víctima a la cual poder incluir en el nudo. Ya no serán dos cabezas, sino tres y cuatro y cinco. Familias enteras terminaran atrapadas y cayendo por este precipicio de fondo lejano y oscuro. Si las familias insisten, serán naciones. Unas intentando robarles el amor a las otras y a su enredándose con ellas inevitablemente. Nadie sabe cuánto puede durar. Por este camino la agonía, la destrucción y la muerte son inevitables. Muchos ya lo están. Muertos. Solo siguen adelante porque son parte del nudo. La maleta del miedo de la joven estaba repleta, y de la del amor solo tenía un pañuelo que guardaba una sonrisa. Pero ya no era una joven. Ahora era un monstruo mucho terrible que el que la había atrapado. Había iniciado una competencia, y se había propuesto ser ella la que tragara más amor ajeno. Efectivamente iba a la cabeza. Fue el monstruo, el que la había atrapado a ella, quien no quiso competir más. Estaba cansado. Ya no tenía energía, ni voluntad, ni trampas, ni ganas de disfrazarse de nuevo para atraer a otra víctima al nudo. Dejo de esconderse, por eso las cosas empezaron a cambiar de rumbo. Se presentó a la gente tal cual era: monstruoso, deforme y completamente enredado con alguien más, igual de desagradable. Era de esperarse que la gente le tuviera miedo y saliera despavorida cuando la madeja de engendros se acercaba. Pero no le importo. Ya se había rendido. Dejo de ir en algún sentido especifico, y se dejó arrastrar por la voluntad del otro, quien todavía seguía intentando ganar aquella competencia idiota. Cargaba las dos maletas que todo llevamos: la del amor, completamente vacía, y la del miedo, a reventar. ¡Esta última pesaba tanto! El otro monstruo tenía tantos hoyos en el alma que ya no había casi nada que robar. Por eso decidió sacar los dedos de los hoyos, ¿Qué caso tenia? Ya no quedaba amor, y por lo menos el enredo y la confusión terminarían. Lo intento, no pudo. Tiro con todas sus fuerzas pero no pudo sacarlos. ¿Qué pasa? Pensó. Si había sido tan fácil meterlos. Nunca más voy a poder desenredarme. El minúsculo pedazo de alma que le quedaba se encogió y el peso de la maleta del miedo se hizo insoportable. Fue el paso de la maleta lo que atrajo su atención. ¡Maldita maleta! Se detuvo y la abrió. Nunca lo había hecho. ¿Por qué pesa tanto? ¡Caramba! Había de todo; tristeza, enojo, mentiras, desanimo, cansancio, confusión, rencor, traición etc. Todo le había servido para atrapar victimas en alguna época. Todo tenía una razón para estar guardado allí. Pero él ya estaba harto, ya no le importaba nada, y la estúpida maleta pesaba mucho. Empezó a tirar cosas, rencores desanimo, cansancio, traiciones. El peso de la maleta fue soportable de nuevo y le permitió regresar a sus pensamientos. ¿Por qué no podía sacar los dedos? Lo intento otra vez con todas sus fuerzas. Esta vez fue fácil. Algunos dedos cedieron. Se deslizaron con suavidad hacia afuera de la misma forma que hacía mucho lo había hecho hacia adentro. Pero no todos. ¿Por qué no podías sacarlos todos? Medito un momento. ¿Por qué antes no había podido sacar ninguno y ahora algunos salían con tanta facilidad? ¿Pero por qué no todos? Pensó ¡por qué no todos grito! Gritó. Permaneció solo un instante en silencio. La maleta. ¡por su puesto! Abrió la maleta del miedo. La revisó de nuevo, quedaban tristezas, enojos, confusión y mentiras. Una por una las fue tirando lejos hasta que llegó a las ultimas: las mentiras. Era sus preferidas, ¡resultaban inútiles! El monstruo les tenía cariño y se sentía indefenso sin ellas. No importaba, ya no las quería. Sin mira, vacío la maleta completa. Tiro de nuevo de los dedos que se habían resistido a salir, y esta vez fue muy fácil todos salieron, hasta los de los pies. Ya no tenía cómplices que robaran amor para él. Tampoco le interesaba buscar hoyos. La sensación de estar desenredado era maravillosa. Ni siquiera se acordaba que hubiera existido antes. Se miró las manos, ya no tenían tiras de mocos largas y pegajosas; eran dedos, solo dedos. Se toco la cabeza y sintió como muchos pares de ojos se cerraban, cayendo en un sueño profundo hasta desaparecer. Sintió crecer entre sus dedos un cabello suave. Se toco el rostro, se miro las manos, los pies. No lo podía creer. Tomo un espejo y se miro en él. Hacia tiempo había olvidado lo que vio, pero era maravilloso recordar, mirarlo… Era el reflejo de un joven con una mirada de niño. Su propio reflejo. Se sintió invadido de amor. Era de mañana y la ración de cada día llegaba. Dio gracias por ella. Era mucho más sabrosa que cualquiera que hubiera robado antes, porque estaba destinada y diseñada especialmente para él. En su afán de robar, nunca se había detenido a paladear lo que deglutía apresuradamente. Su ración de amor le duro poco. Por un momento había olvidado que aquella joven a la que le había atrapado y mostrado el cambio para convertirse en un engendro monstruoso era lo que ahora lo tenia atrapado a él. La miro. Hacia tiempo no lo hacía. Lo que veía era realmente importante ¡Habría sido él tan feo? No sintió odio, ni asco, ni enojo, ni siquiera tristeza. Sintió compasión por aquello agobiada criatura, y se sintió responsable por ella. Vio que los mas de veinte pares de ojos repartidos por toda su cabeza distorsionaban la realidad. Ella lo siguió viendo como un monstruo cuando ahora tan solo era un muchacho. Insistió en la competencia estúpida y succionaba desesperadamente. Pero a él todavía le quedaba amor y antes de que ella se lo robara decidió regalárselo. No le importo quedarse sin nada. Solo le importaba hacer sentir un poco mejor a aquel ser que un día había creído ser su compañera. Como por arte de magia, al joven que no esperaba nada a cambio le llego una buena razón de amor, siete veces mayor. Antes de que el monstruo se la robara de nuevo se la dio otra vez, completa. Pero parecían una regla que alguien hubiera puesto: cada vez que le regalaba una ración de amor sin esperar nada a cambio, le llegaba siete veces lo que daba. Le entrego todo el amor que pudo hasta que el monstruo se llenó y se quedó dormido. Se sentó al lado de su carcelero. Los hilos todavía lo tenían preso. Se dio cuenta de que él no podía sacárselos. Quizás la clave estaba en las maletas como antes. Total, el miedo en sus manos. Era ligera. La abrió, estaba totalmente vacía. No tenia nada mas que tirar. Quizás la respuesta se encontraba en la otra maleta en la del amor, la peso. Era mucho mas ligera que la del miedo. Le extraño ¿Cómo podía ser? Él se sentía invadido de amor. La abrió. Efectivamente estaba llena. Se quedo pensando… no entendía ¿Cómo podía ser tan ligera si estaba repleta? El amor y el miedo son opuestos… pensó. Lo distrajo el monstruo que dormía a su lado. Nunca se había fijado antes. Estaba inundado de hoyos y se desangraba. Hacia solo unos instantes, el amor se le salía por las orejas, y ahora se derramaba sin remedio convirtiéndose el amor en un charco. El monstruo seguía dormido. ¿Qué podía hacer? Quería ayudarlo de nuevo, quería advertirle, pero ella dormía y parecía no querer despertar. Dejo de mirarla y se vio así mismo. También estaba en un charco. También tenia hoyos, a los que nunca se había atrevido a mirar de frente, por donde se le derramaba de prisa todo el amor que tenía. Se fijo en uno de ellos, uno al que su monstruo aún no había descubierto. Lo miro, solo lo vio como miran las cosas los niños. No lo juzgo, ni quiso disfrazarlo, ni se enojo por tenerlo, solo observó como el amor salía por él. Se quedo en silencio mirándolo. Y entonces el chorro de amor que se derramaba se hizo mas delgado. Se me termina el amor, pensó. Se miro otros hoyos, pero la cantidad de amor que salía por ellos seguía siendo igual de intensa. Lo observo de nuevo. Solo eran unas gotas las que escurrían por allí, y el orificio era minúsculo. Mientras lo veía desapareció. Un pequeño resplandor nació en el lugar que antes había ocupado el agujero, y permaneció ahí. Hizo lo mismo con todos los demás hoyos que no estaban ocupados con los tentáculos del monstruo, y que eran unos cuantos. En todo paso lo mismo. Al enfrentarse a ellos y mirarlos, el mismo amor se derramaba parecía curarlos hasta sanarlos por completo. Al observarlos, conoció unos cuantos pedazos de su propio espíritu, de su alma. Se dio cuenta de que el brillo que nacía en lugar del hoyo era símbolo de perfección, y uno escudo protector de esa parte del alma, por donde nunca más podría abrirse un nuevo boquete. Se percató de que era la finalidad de los hoyos, ser una guía para conocerse a uno mismo y llegar a la perfección. ¿Pero que pasaba con los hoyos que ya estaban invadidos? Eran los que le quedaban al muchacho. Decidió mirar también esos otros hoyos, a pesar de que la maleta del miedo comenzaba a ganar peso otra vez. ¿Qué pasaría si mientras tanto el monstruo despertaba? ¿Qué tal si descubría lo que trataba de hacer? Podría hasta usar uno de sus pegajosos tentáculos para ahorcarlo. Intentarlo, tan solo debía intentarlo. El monstruo seguía dormido. Se fijo en el más pequeño de los agujeros que tenía, por donde entraba el mas delgado de los hilos de la mano del monstruo. Lo miro tratando de hacer el menor ruido posible. Nada sucedió. Lo observo de nuevo, con el corazón palpitando rápidamente y trato de pensar que excusa le pondría al monstruo si despertaba y le preguntaba que rayos hacía. El hueco de el se agrando y casi por instinto la serpiente pegajosa se introdujo todavía más. ¿Qué caramba pasaba? El muchacho estaba enojado ¿Por qué ni podía? Recordó las maletas y abrió la del miedo. Algunas mentiras ya estaban allí guardadas esperando seria útiles cuando el monstruo se despertará e impedir con ellas su enojo. Pero si hacia solo unos momentos había vaciado la maleta… ¿Quién había puesto allí esas mentiras? Eran mentiras muy buenas. Dudo en tirarlas, pero recordó que cuando la maleta del miedo tenía cosas guardadas, no lograba nada. El monstruo se movió, levanto la cabeza tratando de acomodarla, la pobrecita estaba tan torcida, que parecía imposible que lo consiguiera. Era obvio que no estaba cómoda. Pero ¿Cómo iba a estarlo? Sus manos y pies habían adquirido las formas mas extrañas y se habían convertido en los nudos mas complicados en la búsqueda de hoyos. Pero no se despertó. Debía estar rendida. ¿Cuántos días llevaría sin dormir en su desesperada búsqueda de amor? Cuando era monstruo al joven nunca le había importado ella, como no fuera para satisfacerlo a él, pero ahora era diferente. Se sintió dolorosamente responsable por ella, él le había enseñado a enredarse con su ejemplo y ahora no sabia como salvarla. Bajo la mirada y vio un gran hoyo en su pecho por donde estaba en tentáculo mas grueso amantándose de su amor. Sonrió. Le admiro la capacidad que su amiga había adquirido para robar. Lo hacia hasta dormida. Siempre había tenido mucha fuerza y determinación y él la había conducido por el camino mas largo de todos. Pero ¿Qué otra cosa podía hacer? Él entonces era un monstruo y las únicas maneras que conocía eran de monstruo. Se perdono así mismo. Ahora era un hombre y el pasado se había quedado atrás. Solo importaba lo que pudiera hacer a partir de ese momento. Si logro cerrar mis hoyos, ella tendrá que sacar sus dedos y le será más fácil desenredarse si así lo decide pensó. Vio el hoy grande, lo vio sin miedo y pensando en dar en ayudar. Recordó lo que había olvidado hacia mucho tiempo, y entendió que ese hoyo se le había hecho antes de nacer, estando todavía en el veinte de su madre. Lo miro, comprendió, no juzgo, y se reconcilio con él. Lo perdono por haberlo elegido para habitar y se perdono él por haberle dado asilo. Entonces el hoyo comenzó a despedirse, como se despiden dos enemigos que acaban de descubrir que eran hermanos. Y el tentáculo comenzó a retroceder naturalmente hasta quedar por completo fuera del alma del hombre. La luz donde había estado el enorme hueco no tardo en llegar. Paso lo mismo con los demás agujeros, hasta que ni una sola de las puntas de las víboras gelatinosas quedo dentro de su alma. El joven ahora era libre de ir a donde quisiera sin autorización del carcelero, pero se quedó. Pensó en guardar unas cuantas mentiras y excusas en su maleta, por si llegara a necesitarlas, pero cambio de opinión. Esta vez hablaría con la verdad, solo la verdad. Se sentó al lado de su monstruo, con valor, esperando que despertar., Lo cual sucedió al poco rato. Lo primero que hizo el monstruo fue estirarse y suspirar estaba de buen humor; dormido y comido, aunque por supuesto quería mas amor. Miro al hombre a su lado, algo había cambiado en él, pero no supo exactamente qué. El monstruo, quien todavía no se daba cuenta de que el joven había logrado desconectarse, succiono reclamando amor para ella, no obtuvo nada. El muchacho ya no era su presa, y además no tenia hoyos, inclusive algunas partes le brillaban en forma extraña. ¿Qué estaba pasando? El monstruo no entendía nada. ¡Pero si el ser que estaba frente a ella le pertenecía! ¿Por qué no podía seguir robándole amor? ¿Qué pasaba? Se sentía traicionada, robada. Estaba furiosa. - ¡Maldito! Le gritaba. -Me traicionaste, mírame, desgraciado, mira en lo que me transforme por ti. Te di los mejores años de mi vida, mi inocencia, y ahora me abandonas. - El pequeño seguía a su lado llorando con ella, su monstruo. Sentía su dolor y la miraba con infinita ternura. No sabia que hacer. Él no la había abandonado, era ella quien se alejaba de el ofendida. El joven la siguió durante un tiempo, pero al parecer eso enfurecía aun mas al monstruo, así que decidió respetar la elección de su antes amiga y se quedó quieto mirándola alejarse hasta que se perdió de vista. Y sus caminos se separaron en ese tramo del recorrido. El hombre había elegido el camino de la luz, y aunque siguieron apareciéndole hoyos en el alma a lo largo de su vida, había aprendido a enfrentarse a ellos. Sabia como mirarlos hasta hacerlos desaparecer y transformarlos en una luz brillante. Llega un momento en que los hombres que hacen de transformas hoyos en luz su estilo de vida se convierte en luz por completo y se vuelven la fuente misma del amor. Entonces ya no esperan la ración de amor que cada día nos llega a todos. Ahora ellos mismos son la fuente y alimentan a otros. Conocen cada pedazo de su alma, y como todas las almas, están hechas de lo mismo y forman parte de lo mismo, pues conocen el alma de todos. El camino que eligió la monstruo la llevo a vagar por las calles, en la oscuridad eligiendo sentirse desdichada, sola, abandonada. Llego a un escaparate y observo su reflejo se vio deforme y monstruosa y se avergonzó de si misma. Se miro las manos y se vio las decenas de dedos gelatinosos con mecanismos succionadores. Se quedo seria, pensando, sintiendo, a punto de caer derrotada en su competencia por robar amor, Se rio sin ganas para sus adentros. Ahora que había aprendido en ser una experta para robar amor, justo ahora se había quedado sin alguien a quien competir y a quien ganarle. Necesitaba encontrar una nueva víctima para lamentarse. Necesitaba disfrazarse. Si se ponía peluca, si se metía los dedos en unos guantes, quizás si se pegaba una sonrisa en la cara… O quizás habría otra forma, quizás si no se disfrazara ni se escindiera entre las sombras y la oscuridad... A lo mejor todo seria diferente. FIN
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